Para cometer el crimen perfecto... literario según Andrés Trapiello


 

Andrés Trapiello ( Manzaneda de Torío, León, 10 de junio de 1953) es escritor, articulista y ensayista que en su premiada novela Los Amigos del Crimen perfecto, nos daba las claves, con bastante humor, de lo que debe poseer una buena novela negra.

Primera norma. El lector y el detective deben tener las mismas oportunidades para resolver el problema. Eso es fundamental. Como ir a cazar. No se le puede esperar al zorro con la escopeta a la salida de la madriguera. Hay que dejarle libre. Lo mismo que a los toros. Si el problema fuese matar al toro, se le podría matar en los toriles. Pero los toros son arte, y la novela policíaca es un arte también, hoy el más sobresaliente en la literatura, según mi modesta opinión.

Segunda norma. El autor no debe emplear otros trucos y astucias que los mismos que usa el culpable con el detective.

 Tercera norma. En la verdadera novela policial no han de mezclarse asuntos de amor. Faldas las que se quiera, pero amor, nada. Eso haría saltar por los aires el mecanismo puramente intelectual. Cuando hay de por medio un CP, hay que estar a lo que se está. Camas a discreción, pero nada de sentimentalismos.

 Cuarta norma. El culpable no puede ser nunca ni el detective ni ningún miembro de la policía. Sería un timo tan vulgar como inaceptable.

 Quinta norma. Al culpable se le puede descubrir por deducciones, no por accidente ni por azar ni por la confesión espontánea del culpable: "señor comisario, he sido yo, me doy preso". Lo del Raskolnikov de Crimen y Castigo, como se ha repetido hasta la saciedad en estos Amigos del Crimen Perfecto, es inaceptable. La mayor parte de las obras de los clásicos terminan con ese procedimiento chapucero, admitido por la misma razón que alguien puede sostener que una película muda es una obra maestra y que una pintura rupestre es digna de compararse con la Meninas y la Venus de Willendorf, o como diablos se llame, equiparable a Fidias.

Sexta norma. No existe ninguna novela policíaca sin cadáver. Leer trescientas páginas sin la recompensa de un bonito fiambre, sería sencillamente monstruoso, porque nos privaría del sentimiento de horror y del deseo de venganza.

 Séptima norma. No debe haber más que un detective por novela. Bajo ningún concepto, nunca, el novelista podrá elegir el culpable entre los empleados domésticos, mayordomos, jardineros, lacayos, chóferes, etcétera. Ésa siempre es una solución acelerada y hay que ser serios: hay que buscar un culpable que valga la pena. Y por lo mismo que no hay más que un solo detective, conviene que haya un solo culpable, para concentrar en él todo el odio que vaya experimentando el lector. Para algunos las mafias y las asociaciones criminales no deberían tener lugar en las novelas policíacas… Yo no estoy muy de acuerdo, pero en fin.

Octava norma. Nada de pasajes descriptivos ni poéticos ni pormenorización de atmósferas. Retardan la acción y desconcentran a lector. Diálogos, muchos diálogos. Son más variados y más cortos, cuesta menos escribirlos, los lectores los agradecen, la acción avanza y el editor paga lo mismo los folios de líneas cortas que los de líneas largas.

Novena norma. La solución de los casos ha de ser realista y científica. Los milagros están excluidos de las novelas policíacas. En esto está de acuerdo hasta el padre Brown. Tampoco hay que buscar al criminal entre los profesionales del crimen. Lo que impresiona no son los crímenes cometidos por los hampones, sino por las damas de la caridad o por el presidente del tribunal supremo o por una mosquita muerta o por un cura…

Décima norma. Es imperdonable que lo que durante toda una novela se ha presentado como un asesinato se convierta, cuando se acaba, en un accidente o en un suicidio. En este caso el lector estaría en su perfecto derecho para denunciar al novelista por estafa o esperarle a la salida de casa y asesinarle a su vez.

Undécima norma. El móvil del crimen ha de ser personal. Los complots internacionales y todas esas bobadas de 007 son cosa de tebeos, lo mismo que salvarle en el último minuto haciendo salir del tacón de su zapato un avión supersónico, con sauna y doce huríes del paraíso.

Fuente: Sangrepolar