Los hábitos del escritor

Publicado en la revista Writters, en 1992, el escritor y periodista norteamericano Donald M.Murray (1923-2006) ofrece en 10 puntos su personal visión a cerca del trabajo de ser escritor.

Los hábitos son los mejores amigos de un escritor; hábito de tomar notas, hábito de sentarse a escribir cada mañana, etc.

Vivo rodeado de vecinos y amigos que quisieran escribir, que saben más que yo, que tienen más cosas que decir que las que yo tengo, que poseen más talento que el mío pero que no tienen hábitos de escritor.

Buscando cómo podría ayudarlos a convertirse en escritores hace poco me hallé pasando revista a los hábitos que a mí me ayudaron a publicar. No he nacido con esos hábitos, los he ido adquiriendo a lo largo de los años y por razones prácticas más que estéticas; al fin y al cabo un niño necesita zapatos para poder caminar.

Supongo que me gusta ser famoso, pero, escribo para ganarme la vida. A lo largo de los años he ido descubriendo el placer del oficio. Disfruto las horas que paso a solas en mi escritorio, disfruto cuando me sorprendo con las palabras que salen de mi computadora. Pero, para llegar a este gozo he tenido que desarrollar ciertos hábitos.

Los siguientes son algunos de ellos, hábitos esenciales para un narrador.


1.Hábito de la conciencia

Nunca estoy aburrido porque permanentemente voy observando mi mundo, revisando desde el rabillo del ojo cada detalle revelador, oyendo lo que no se dice, metiéndome bajo la piel de los demás.

Desde mi ventana observo el bosque iluminado por el claro de luna y los árboles que parecen moverse solos; tengo un poema. Oigo lo que alguien cuenta mientras visita a un enfermo; tengo un artículo. Recuerdo mi infancia al saborear un plato de puré; tengo un ensayo sobre los alimentos. Escucho un concierto de Mozart para piano y orquesta que solía oír mientras me recuperaba de un accidente, y tengo otro artículo.

Algunas de las percepciones de mi vista, mis oídos, mi tacto o mi olfato pasan a mi libreta, pero son muchas más las que quedan en mi memoria. Practicando el hábito de mantenerme consciente conservo más de lo que sé, y me sorprende el inventario de lo que he archivado, cuando eso aparece en mis páginas.


2. Hábito de la reacción

Me doy cuenta de cómo reacciono frente al mundo, cómo presto atención a lo inesperado, a lo que pasa y no debería haber pasado, a lo que no es como debería ser. Soy un estudioso de mi propia vida; empujo mis sentimientos hasta que inflamen a mis pensamientos.

Esto parece lo normal, pero hay escritores novatos que no le dan su valor a sus reacciones frente al mundo. Creen que todos piensan o sienten igual que ellos. Quizá sea así, pero un escritor necesita una inocencia esencial, o la arrogancia de decir Esta experiencia —esta observación, esta idea, esta sensación— no existía hasta que yo la escribí. Como escritores, debemos valorar nuestras propias reacciones frente al mundo.

Observo mis hábitos de escritor, y de allí sale este artículo. Veo a unos soldados jóvenes preparándose para el combate, y escribo acerca de la reacción de un veterano que sobrevivió en una batalla. Veo los signos de un paseo por la casa. Escribo sobre mis recuerdos de la hermana que perdí cuando tenía veinte años, y descubro después que a mis lectores los conmueven mis reacciones personales.

He aprendido a valorar mis respuestas frente a las cosas que me rodean, y a compartir esas reacciones con los lectores. Me he formado el hábito de responder.


3. Hábito de encontrar relaciones

Mi esposa piensa que mi más preciado don como escritor es mi hábito de encontrar relaciones inesperadas. Un escritor es el que ve lo universal en lo particular, capta en una anécdota toda una vida. Atesora las metáforas. Como ha dicho el poeta norteamericano Robert Frost: Poesía es metáfora, decir una cosa y referirse a otra, hablar de algo en términos de algo distinto.

Observo un cuadro, leo lo que el artista dice sobre su creación y lo relaciono con una técnica esencial para la escritura eficaz; observo las relaciones entre el modo en que juega un niño y el modo en que un país provoca una guerra.

Por lo común se me presentan bajo la forma que yo llamo una línea, más de una palabra pero menos que una oración. Una línea contiene una tensión esencial que se libera cuando la desarrollo en el texto escrito. Cuando consigo esos fragmentos de mensaje sé que tengo algo sobre qué escribir.


4. Hábito de procesar

La parte más importante de mi trabajo pueden ser las horas que paso lejos de mi escritorio, veinte horas o más. En cuando me separo de mi escritorio empiezo a reflexionar sobre lo que voy a escribir mañana. Siempre voy procesando lo que voy a escribir luego.

Camino calle abajo, y soy Melissa enfrentándose a Ian en una cocina de New Hampshire. Los veo y los escucho.

Mientras espero el bus juego con la terminología extraña, quizá irónica, de los negociantes: redimir, crédito, devengados; y me doy cuenta de que estoy elaborando un artículo. Siempre estoy dentro y fuera del mundo, procesando lo que mañana escribiré.


5. Hábito de la deslealtad

Una vez Graham Greene planteó una pregunta importante: la deslealtad, ¿no es una virtud en el escritor, tan grande como la lealtad en el soldado? A menudo uso esta frase para describir las relaciones del escritor con sus objetivos, pero recién caigo en cuenta que incluso con uno mismo se practica la deslealtad.

Tengo que ser desleal con lo que dije antes sobre alguien, para buscar lo novedoso, para complacerme en contradecirme. Escribir es un arte experimental, y uno tiene que cargar de experiencias inéditas a los mismos viejos problemas, escarbar cada vez más a fondo en la persona, incluso en uno mismo. Tengo que traicionar mis creencias más cómodas, y mis mitos personales.

En una de mis novelas hay un personaje que cree en cosas exactamente contrarias a lo que creo cuando no estoy metido dentro de su pellejo. Capto la amargura que me dio mi hermana cuando se murió tan chica; es un sentimiento sincero que la mayoría tiene aunque sea por un momento, cuando ha logrado sobrevivir.


6. Hábito de hacer borrones

Nulla dies sine linea. Ni un día sin una línea...

Cada mañana yo...

Yo hago borradores...

Escribo borradores...

Aquellos que no escriben esperan hasta que lo que quieren decir esté claro en sus mentes. Note bien que he dicho, los que no escriben; los escritores siguen el consejo de André Gide: "A veces espero que la oración acabe de formarse en mi mente antes de sacarla. Mejor es cogerla por el lado que primero muestre, pies o cabeza; aun si no sabemos qué sigue, pujar, el resto tiene que salir".

Como periodista que soy trato de escribir la primera oración que me venga, porque esa es la que contiene la voz, el tema, mi punto de vista, la forma, la semilla a partir de la cual el texto germinará; pero lo hago en borrador, esbozando el lado que primero muestre, como hice al empezar este párrafo, hasta dar con algo que pueda seguir.


7. Hábito de la soltura

Vivo rodeado de escritores, y me aburren con sus lamentos, sus gruñidos y quejas sobre cuán difícil es escribir. Y me doy cuenta de que soy el primero de los quejosos. Si realmente me siento mal —me digo— debería conseguirme un oficio más agradable, embalsamador o vendedor quizá.

El hecho es que tengo que escribir, necesito escribir, amo escribir: lo confieso. En los últimos años me he esforzado por escribir con más soltura. Analizo las condiciones en las que puedo escribir con mayor fluidez: qué máquina prefiero usar, la música que me ayuda a concentrarme, los libros que necesito a la mano para consultas, los amigos a quienes recurro más a menudo en busca de consejo, o para leerles un borrador.

Empiezo a tiempo, antes de que me ganen los plazos, y cuando la redacción no fluye la dejo, y regreso una y otra vez, hasta que salga. Contrariamente a lo que afirman los doctos, que la escritura trabajosa produce textos más fáciles de leer, en mí la escritura fácil es la que produce lecturas agradables.


8. Hábito de rapidez

Escribo rápido. En un día bueno soy como el chico que pedalea en su bicicleta colina abajo a todo lo que dan sus piernas, hasta que pierde el control. Es así como quiero escribir, con tal velocidad que digito mal, mi gramática no funciona, mi ortografía es peor. Quiero escribir sobre cosas que no conozco, de un modo en que nunca he escrito antes. Necesito ir más rápido que la censura, tan rápido que mi velocidad produzca esos accidentes en el punto de vista y en el lenguaje que se encuentran en la mejor escritura.

Escribo rápido, y la velocidad me lleva a sitios a los que no esperaba ir. Y luego tengo algo sobre qué reescribir.


9. Hábito de revisar

También tengo el hábito de revisar; pero yo no trato de corregir los errores, sino de descubrir lo más intenso que hay en el borrador y potenciarlo más aun. Uno de los hábitos que mejor me resultaban en los días de la máquina de escribir era escribir con ramas, o por sobre las líneas. Dejaba espacios amplios entre línea y línea, para ir añadiendo en borrador algo acá y algo allá.

Tacho. Luego lo copio todo de nuevo y pulo el material para un artículo, un poema, un relato o lo que sea; pero he conseguido una buena semilla, un núcleo que después será un texto.


10. Hábito de concluir

Antes escribía pero no publicaba.

Entonces conocí a Minie MacEmmerich, una hija de alemanes que no cree en el despilfarro. Ella mandó a un editor algo que yo había arrugado y botado a la basura; y se publicó. Aprendí mi lección: hay que terminar. Un texto no acaba hasta que está publicado.

Hace unos cuarenta años atrás el poeta Wekeel McBride leyó unos versos que yo había desestimado, me pidió que los enviase a un editor, y se publicaron. Ahora tengo el hábito de culminar; entrego mis textos a un diario, y a otro y a otro, hasta que alguien los publica.

Considere usted estos hábitos, pero desarrolle los suyos propios, estudie qué pasa cuando logra escribir bien y eso lo llevará a descubrir sus propios hábitos de escritor.

Fuente: Grafein