El plagio creativo


A todos nos resulta sorprendente ver cómo Esquilo, Sófocles, Eurípides y el resto de los dramaturgos griegos fueron plagiados sin remordimiento por los romanos Terencio y Plauto, y mucho más tarde por Molière. Ese sistema de trabajo (inspirarse en autores previos) no es algo que pertenezca sólo a la antigüedad clásica, porque los remakes de películas, las parodias y las versiones de canciones siguen siendo una de las principales fuentes de inspiración lícita y merecedora de aplausos. E incluso, yendo un poco más allá, la pretensión de no plagiar, de ser radicalmente original, no es sino una declaración de soberbia y de ignorancia. El plagio creativo, entendido como reescritura de una misma historia desde otra óptica y con otras intenciones, constituye una de las herramientas más valiosas y poderosas de la creación artística. El plagio creativo es lo que hizo Picasso con Velázquez, Joyce con Homero, Ray Charles con los Beatles, Martín Gaite con Perrault, Zorrilla con Tirso de Molina, y los guionistas de Pretty woman con La cenicienta.

Si todos los hombres pensaran igual, no haría falta escribir dos veces la misma historia. Pero desde el momento en que una misma realidad pueda ser interpretada de distintas maneras, y todas (o algunas de ellas, al menos) sean válidas, oportunas, o aporten alguna luz a esa realidad, una misma historia se volverá a escribir cuantas veces sea necesario para verla desde todos los ángulos posibles. El cambio del punto de vista o el tono no es una mera cuestión de técnica narrativa, sino de interpretación subjetiva de la historia. Todas las historias son subjetivas. La verdad absoluta no existe.

Al transformar una fábula, recreándola según nuestra propia versión, nos podemos permitir cambiar el final, introducir nuevos personajes, ambientarla en otra época, modificar las intenciones de unos u otros, utilizar otro punto de vista, y hasta meternos nosotros mismos en su interior como un personaje más. Hay un capítulo magnífico en el libro de Gianni Rodari, La gramática de la fantasía, que trata justamente de las "fábulas plagiadas", y muestra paso a paso el proceso de transformación de fábulas (el salto de lo concreto a lo abstracto, para luego regresar de nuevo a lo concreto con la historia transformada). Desde aquí recomiendo su lectura.(1)

El plagio creativo, entendido como reescritura de una misma historia desde otra óptica, con otras intenciones, desde otro ángulo, no solo no es ilegal, sino que “tomar prestada una trama tradicional” es uno de los métodos recomendados por teóricos tan prestigiosos como John Gardner a la hora de elaborar nuestras propias tramas.

¿Y que sentido puede tener escribir de nuevo una historia conocida? Pues sencillamente que, al reescribir una historia, la transformamos según nuestra propia interpretación subjetiva, basada en nuestras experiencias y criterios. Si cambiamos el espacio y el tiempo en que se desarrolla; la contamos desde otro punto de vista; variamos las descripciones y los diálogos; transformamos las intenciones de los personajes y hasta alteramos sustancialmente el final, la historia pasa a ser nuestra, por más que el argumento no haya sido inventado por nosotros.

Una historia no es sólo lo que se cuenta, también la forma de contarlo. La interacción entre el contenido (el tema, los personajes, las ideas) y la forma (la selección y la organización de los acontecimientos, la ambientación, el tono) revelará la visión del mundo del autor, su percepción del como y el porqué de las cosas de este mundo: Ahí radica la originalidad de un texto, lo que hace que sea diferente de otro. Así, aún cuando empecemos a escribir sobre un tema ya conocido, tradicional o clásico, incluso aunque nos parezca repetitivo o recurrente, el resultado puede ser una narración nueva, distinta, original, en suma. De tal manera que, aunque en el fondo, como dijo Juan Rulfo, en literatura solo se puede tratar de tres temas -vida, amor y muerte-, las historias que se pueden narrar son infinitas.(2)

Fuentes: (1) Enrique Paéz
(2) Frida - Literatúrate