McGuffin


Un McGuffin es un elemento (objeto, persona, acción,…) que acapara la atención del espectador, y en torno al cual gira la historia, aunque en realidad su importancia por si mismo es irrelevante, sólo sirve de vehículo para avanzar la trama y de hecho no suele conocerse mucho sobre él, aunque en un principio puede parecer que va a ser relevante.

Quizás el más claro ejemplo sea el maletín de Pulp Fiction, que tiene relevancia en las actuaciones de los personajes, pero en ningún momento se sabe lo que contiene, sólo vemos el extraño resplandor que sale de él y los asombrados rostros de los que lo contemplan.

Desde luego fue Hitchcock el que más y mejor uso este recurso, desde Con la Muerte en los Talones, con el pobre Cary Grant perseguido por algo que ignora, al dinero robado en Psicosis que nos lleva hasta el tenebroso Motel Bates.

Casos más curiosos son la palabra “Rosebud” que actúa como McGuffin en Ciudadano Kane, o la investigación de Twin Peaks, ¿quién mató a Laura Palmer?

Fuente: cine cuak!

El cineasta galo François Truffaut plasmó en un libro las conversaciones mantenidas con el realizador británico en un libro de obligada lectura para todos los amantes del cine y los guionistas en ciernes particularmente. De El cine según Hitchcock entresacamos esta referencia al mc guffin en palabras del mismo Hitchcock:

F. Truffaut: El «Mac Guffin» es el pretexto, ¿no?

A.Hitchcock: Es un rodeo, un truco, una complicidad, lo que se llama un «gimmick».

Bueno, esta es la historia completa del Mac Guffin. Ya sabe que Kipling escribía a menudo sobre los indios y los británicos que luchaban contra los indígenas en la frontera del Afghanistan. En todas las historias de espio­ naje escritas en este clima, se trataba de manera invaria­ ble del robo de los planes de la fortaleza. Eso era el «Mac Guffin». «Mac Guffin» es, por tanto, el nombre que se da a esta clase de acciones: robar... los papeles —robar... los documentos—, robar... un secreto. En rea­lidad, esto no tiene importancia y los lógicos se equivocan al buscar la verdad del «Mac Guffin». En mi caso, siempre he creído que los «papeles», o los «documentos», o los «secretos» de construcción de la fortaleza deben ser de una gran importancia para los personajes de la película, pero nada importantes para mí, el narrador.

Y ahora, conviene preguntarse de dónde viene el «Mac Guffin». Evoca un nombre escocés y es posible imagi­narse una conversación entre dos hombres que viajan en un tren. Uno le dice al otro: «¿Qué es ese paquete que ha colocado en la red?» Y el otro contesta: «Oh, es un 'Mac Guffin'». Entonces el primero vuelve a preguntar: «¿Qué es un 'Mac Guffin'?» Y el otro: «Pues un aparato para atrapar a los leones en las montañas Adirondak». El primero exclama entonces: «¡Pero si no hay leones en las Adirondaks!» A lo que contesta el segundo: «En ese caso, no es un 'Mac Guffin'».

Esta anécdota demuestra el vacío del «Mac Guffin»... la nada del «Mac Guffin».

F.T. Es divertido... muy interesante.

A.H. Un fenómeno curioso que se produce invariable­mente cuando trabajo por primera vez con un guionista es que tiene tendencia a poner toda su atención en el «Mac Guffin», y tengo que explicarle que no tiene nin­ guna importancia. Tomemos un ejemplo, Treinta y nueve escalones: ¿qué buscan los espías? ¿El hombre al que le falta un dedo?... Y la mujer ai principio, ¿qué bus­ca?... ¿Se ha acercado hasta tal punto al gran secreto que ha habido que apuñalarla por la espalda en el interior del apartamento de otra persona? Cuando construimos el guión de Treinta y nueve escalones, nos dijimos, en lo cual estábamos completamente equivocados, que necesi­tábamos un pretexto muy importante porque se trataba de una historia de vida y de muerte. Cuando Robert Donat llega a Escocia y entra en la casa de los espías, encuentra informaciones adicionales, tal vez ha seguido al espía y al seguirle en su trabajo, en el primer guión, Donat llegaba a la cumbre de una montaña y miraba hacia abajo desde el otro lado. Entonces veía hangares subterráneos para aviones, recortados en la montaña. Se tra­taba, por tanto, de un gran secreto de aviación, de han­gares secretos al abrigo de posibles bombardeos, etc. En ese momento, nuestra idea era que el «Mac Guffin» debía ser grandioso, y tan efectivo como plástico. Pero comenzábamos a considerar esta idea: ¿qué sería, que haría un espía, después de ver estos hangares? ¿Enviaría un mensaje a alguien para decir dónde estaban? Y en este caso, ¿qué harían los futuros enemigos del país?

F.T. Esto no era interesante para el guión salvo con una condición y es que se hicieran estallar los hangares...

A.H. Lo pensamos, pero ¿cómo conseguirían los perso­najes hacer que explotara toda la montaña? Estudiábamos todo esto y siempre terminábamos por abandonar cada una de las ideas a medida que se nos iban ocurriendo en beneficio de algo mucho más sencillo.

F.T. Podría decirse que no sólo el «Mac Guffin» no necesita ser serio, sino que, además, es mejor que sea irrisorio, como la cancioncilla de The Lady Vanishes.

A.H. De acuerdo. Finalmente, el «Mac Guffin» de Treinta y nueve escalones es una fórmula matemática en relación con la construcción de un motor de avión, y esta fórmula no existía sobre el papel, ya que los espías se servían del cerebro de Mister Memory para transpor­tar el secreto y sacarlo del país mediante una gira de «music-hall».

F.T. Debe haber una especie de ley dramática cuando el personaje se halla realmente en peligro; en el transcurso de la acción la supervivencia de este personaje principal se convierte en algo que preocupa tanto que se termina por olvidar completamente el «Mac Guffin». Pero, sea como sea, debe existir un peligro, pues en ciertos films, cuando se llega a la escena en que todo se explica, al final, por lo tanto cuando se desvela el «Mac Guffin», los espectadores se echan a reír tontamente, sil­ ban o demuestran de cualquier forma su malhumor. Pero creo que uno de sus sistemas, que me parece una estupenda astucia, consiste en revelar al público el «Mac Guffin» no al final de la película, sino al final del segun­do tercio o tercera cuarta parte, lo que le permite evitar un final explicativo.

A.H. Tiene razón en general, pero lo que importa es que he conseguido aprender a lo largo de los años, que el «Mac Guffin» no es nada. Estoy completamente con­ vencido, pero sé por experiencia que resulta muy difícil convencer a los demás.

Mi mejor «Mac Guffin» —y, por mejor, quiero decir el más vacío, el más inexistente, el más irrisorio— es el de North by Northwest (Con la muerte en los talones). Es un film de espionaje y la única pregunta que se hace el guión es la siguiente: «¿Qué buscan estos espías?» Aho­ra bien, en la escena que tiene lugar en el campo de aviación de Chicago, el hombre del Servicio de Inteligen­cia Central se lo explica todo a Cary Grant, que entonces le pregunta hablando del personaje de James Mason: «¿Qué hace?» Y el otro contesta: «Digamos que es un tipo que se dedica a importaciones y exportaciones. —Pero ¿qué vende? —¡Oh!... precisamente secretos de gobierno». Ya ve que en este caso redujimos el «MacGuffin» a su expresión más pura: nada.

Extracto de El cine según Hitchcock, de François Truffaut.Éditions Robert Laffont, Paris, 1966 // Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1974